Exposición de obra gráfica "Sándalo en la Memoria", de Consuelo Vallina. Desde el 21 de Diciembre de 2010 al 13 de Febrero de 2011.
Sala de Arte aLfaRa
Rafael Gallego, 16 - Bajo
Sala de Arte aLfaRa
Rafael Gallego, 16 - Bajo
33012 Oviedo, Asturias
Tel.: 985 271 863
Reseña: La mujer de ahora, tiempo atrás, era una niña imaginativa que recibía abanicos de regalo por parte de aquellos familiares que, como tantos de nuestros antepasados, se habían ido a buscar la vida a Cuba. Eran abanicos delicados, de diferentes tamaños y colores, siempre con las sensuales reminiscencias y el dulce olor del sándalo, que ella conservaba como preciados y delicados tesoros en un lugar secreto de su cuarto. Me imagino a aquella niña, en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, sacando aquellos abanicos de aquel rincón secreto, acariciando su fina textura, abanicándose suavemente y soñando bien despierta con (casi) todas las posibilidades que le ofrecería el mundo. La niña fue creciendo y se convirtió en una mujer entusiasta por el arte, estudiosa, trabajadora y creativa, muy creativa. Se libró de ciertas ataduras que, entonces, en este país, aún impedían a las mujeres desarrollarse plenamente como personas y como artistas. Y viajó por todo el mundo, siendo muy consciente de que eso, viajar, conocer otras formas de vida, otras tierras, otros cielos, otros olores y otras culturas, es lo más importante para la creatividad y para ser una persona abierta de mente, comprensiva con el otro, cercana y afable. Muchos de esos viajes quedaron, como es lógico, plasmados en su extensa obra. Una obra que, como toda buena creación, ha ido evolucionando, renovándose, pero siempre manteniendo el espíritu fiel de quien tiene un mundo propio, variado y riquísimo. Un mundo colorista labrado con el talento innato y con las muchas horas de esfuerzo, dedicación, estudio y trabajo. Que las musas siempre te pillen trabajando, como decía lúcidamente aquel poeta.
Ahora, esa mujer, Consuelo Vallina, nos presenta algunos de sus últimos trabajos. Una serie de bellísimas linografías con el recuerdo de aquellas formas orientales que estaban estampadas en aquellos abanicos que recibía de la lejana Cuba, siendo aún una niña, entremezclados con esos otros recuerdos -vivísimos- de aquellos viajes por África, siempre tan presentes en toda su obra. El olor de la tierra o de la lluvia, las estrellas de aquellos cielos nocturnos que casi podían tocarse con las yemas de los dedos, los colores brillantes y luminosos de las gentes y sus ropajes, las sonrisas de aquellas mujeres, las mujeres africanas, con sus aterciopeladas y oscuras pieles y sus dientes de un blanco impecable, con sus hijos a sus espaldas y su afán por seguir adelante pese a todos los avatares y adversidades. Un canto -entusiasta y poderoso- a la naturaleza, a la libertad, a la vida. Labradas en vistosos colores también nos ofrece una espléndida muestra de sus cerámicas. Y, finalmente, una exquisitez: esos libros de autor que tan primorosa y delicadamente elabora. Son, cada una en su estilo, pequeñas joyas que nos revelan la personalidad de una autora que deja en cada creación un trocito de su vida y sus experiencias. Las huellas de aquella niña que soñaba en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, y de esta mujer, Consuelo Vallina, que mira la vida a través del arte y el arte a través de la vida. Una mujer que, en esta exposición, deja el pabellón bien alto, sí. Y que, en un susurro cargado de optimismo, casi como una advertencia, viene a decirnos lo mucho que aún le queda por vivir y por crear, que, en ella, es prácticamente lo mismo.
Reseña: La mujer de ahora, tiempo atrás, era una niña imaginativa que recibía abanicos de regalo por parte de aquellos familiares que, como tantos de nuestros antepasados, se habían ido a buscar la vida a Cuba. Eran abanicos delicados, de diferentes tamaños y colores, siempre con las sensuales reminiscencias y el dulce olor del sándalo, que ella conservaba como preciados y delicados tesoros en un lugar secreto de su cuarto. Me imagino a aquella niña, en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, sacando aquellos abanicos de aquel rincón secreto, acariciando su fina textura, abanicándose suavemente y soñando bien despierta con (casi) todas las posibilidades que le ofrecería el mundo. La niña fue creciendo y se convirtió en una mujer entusiasta por el arte, estudiosa, trabajadora y creativa, muy creativa. Se libró de ciertas ataduras que, entonces, en este país, aún impedían a las mujeres desarrollarse plenamente como personas y como artistas. Y viajó por todo el mundo, siendo muy consciente de que eso, viajar, conocer otras formas de vida, otras tierras, otros cielos, otros olores y otras culturas, es lo más importante para la creatividad y para ser una persona abierta de mente, comprensiva con el otro, cercana y afable. Muchos de esos viajes quedaron, como es lógico, plasmados en su extensa obra. Una obra que, como toda buena creación, ha ido evolucionando, renovándose, pero siempre manteniendo el espíritu fiel de quien tiene un mundo propio, variado y riquísimo. Un mundo colorista labrado con el talento innato y con las muchas horas de esfuerzo, dedicación, estudio y trabajo. Que las musas siempre te pillen trabajando, como decía lúcidamente aquel poeta.
Ahora, esa mujer, Consuelo Vallina, nos presenta algunos de sus últimos trabajos. Una serie de bellísimas linografías con el recuerdo de aquellas formas orientales que estaban estampadas en aquellos abanicos que recibía de la lejana Cuba, siendo aún una niña, entremezclados con esos otros recuerdos -vivísimos- de aquellos viajes por África, siempre tan presentes en toda su obra. El olor de la tierra o de la lluvia, las estrellas de aquellos cielos nocturnos que casi podían tocarse con las yemas de los dedos, los colores brillantes y luminosos de las gentes y sus ropajes, las sonrisas de aquellas mujeres, las mujeres africanas, con sus aterciopeladas y oscuras pieles y sus dientes de un blanco impecable, con sus hijos a sus espaldas y su afán por seguir adelante pese a todos los avatares y adversidades. Un canto -entusiasta y poderoso- a la naturaleza, a la libertad, a la vida. Labradas en vistosos colores también nos ofrece una espléndida muestra de sus cerámicas. Y, finalmente, una exquisitez: esos libros de autor que tan primorosa y delicadamente elabora. Son, cada una en su estilo, pequeñas joyas que nos revelan la personalidad de una autora que deja en cada creación un trocito de su vida y sus experiencias. Las huellas de aquella niña que soñaba en la penumbra de su habitación, cuando todos dormían, y de esta mujer, Consuelo Vallina, que mira la vida a través del arte y el arte a través de la vida. Una mujer que, en esta exposición, deja el pabellón bien alto, sí. Y que, en un susurro cargado de optimismo, casi como una advertencia, viene a decirnos lo mucho que aún le queda por vivir y por crear, que, en ella, es prácticamente lo mismo.
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