Exposición de obra gráfica “La belleza de lo grotesco” de James Ensor. Del 5 de Octubre de 2010 al 8 de Diciembre de 2010.
Fundación Carlos de Amberes
C/ Claudio Coello, 99
28006 MADRID (Spain)
Tel: +34 91 435 22 01
Fax: +34 91 578 10 92
http://www.fcamberes.org/
Email: fca@fcamberes.org
Reseña: La fijación de James Ensor por las máscaras le venía de una abuela materna juguetona que cuando era niño lo disfrazaba con las ropas más extravagantes para llevarlo a los Carnavales de Ostende. Vivían los abuelos de Ensor al lado de una vieja aterradora, que tenía al parecer un bigote lo suficientemente tupido para cepillarle el traje a cualquiera que la rozase. La vieja bigotuda era, además, dueña de un cabaret poco recomendable, frecuentado por los personajes más increíbles. El niño temblaba de pánico en medio de aquella gente siniestra que se esforzaba por mostrarse cariñosa con él. La impresión era doble. El miedo y la fantasía guiaron los primeros pasos del pintor belga precursor del expresionismo y del surrealismo. Sus años de infancia están poblados de sueños y de los objetos extraordinarios de la tienda de la abuela aficionada a las máscaras: animales disecados, conchas extrañas, armas exóticas, libros viejos, cartografía y porcelanas de China. La singular tienda era frecuentada durante las temporadas en que Ostende se convertía en una de las estaciones balnearias de Europa por el emperador Guillermo I de Prusia, el rey de los belgas, Leopoldo I, y el duque de Brabante, entre otros ilustres visitantes que se divertían con las excentricidades de la abuela, según cuenta Xavier Tricot en su historia del encuentro que mantuvieron Ensor y Albert Einstein en Le Coq-sur-Mer, el 2 de agosto de 1933. Ensor (1860-1949) nació y murió en Ostende, donde pasó su vida dando pocas señales. Vivió escondido cerca del paseo marítimo, aislado de las corrientes artísticas de su tiempo y rodeado de caracolas, conchas y máscaras, muchas de ellas con toda probabilidad procedentes de la tienda de la abuela. Fue un pintor extraordinario y turbulento. Sus fuentes de inspiración, la muerte, el Carnaval y el mar, proporcionaron contenido a sus cuadros de masas. En Los bañistas de Ostende, un óleo sobre madera en tiza negra y lápices de colores, recrea de manera satírica y jovial un día en la playa: dos docenas de mirones y un centenar de personajes, muchos de ellos con el culo al aire, cabalgando sobre las olas. Lo grotesco casi siempre figura en el primer plano de su obra. Precisamente bajo el título La belleza de lo grotesco, la Fundación Carlos de Amberes programa en Madrid, hasta el 8 de diciembre, una exposición que recoge los grabados y pinturas del gran artista belga, coincidiendo con el 150.º aniversario de su nacimiento. La muestra, dirigida por Tricot, auténtico especialista en los aquelarres irónicos de James Ensor, cuenta con los fondos de la colección Frank Deceuninck, que atesora los grabados, un material menos conocido que su mundo de esqueletos y máscaras. La exposición, abierta al público desde el primer día de este mes, se divide en cuatro apartados: los retratos y autorretratos, las marinas y paisajes, la religión (grabados y dibujos sobre una de las obsesiones del autor) y, finalmente, las máscaras y el Carnaval: la ironía afilada sobre los trazos del Ostende «fin de siècle». Hacia 1887, el artista retrató a un grupo de estáticas figuras que se recortan contra un fondo marino de Turner. A primera vista parecen salidos de una escena de Brueghel. Pero no son campesinos, sino cadáveres de lujo vestidos para la juerga. Ensor quería certificar así la defunción de la sociedad que se apresuraba de cabeza a la Gran Guerra. Posiblemente no eran esos bañistas los que saldrían más perjudicados de la sangría que se avecinaba, pero suyos eran los indicios pánicos.
Fundación Carlos de Amberes
C/ Claudio Coello, 99
28006 MADRID (Spain)
Tel: +34 91 435 22 01
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http://www.fcamberes.org/
Email: fca@fcamberes.org
Reseña: La fijación de James Ensor por las máscaras le venía de una abuela materna juguetona que cuando era niño lo disfrazaba con las ropas más extravagantes para llevarlo a los Carnavales de Ostende. Vivían los abuelos de Ensor al lado de una vieja aterradora, que tenía al parecer un bigote lo suficientemente tupido para cepillarle el traje a cualquiera que la rozase. La vieja bigotuda era, además, dueña de un cabaret poco recomendable, frecuentado por los personajes más increíbles. El niño temblaba de pánico en medio de aquella gente siniestra que se esforzaba por mostrarse cariñosa con él. La impresión era doble. El miedo y la fantasía guiaron los primeros pasos del pintor belga precursor del expresionismo y del surrealismo. Sus años de infancia están poblados de sueños y de los objetos extraordinarios de la tienda de la abuela aficionada a las máscaras: animales disecados, conchas extrañas, armas exóticas, libros viejos, cartografía y porcelanas de China. La singular tienda era frecuentada durante las temporadas en que Ostende se convertía en una de las estaciones balnearias de Europa por el emperador Guillermo I de Prusia, el rey de los belgas, Leopoldo I, y el duque de Brabante, entre otros ilustres visitantes que se divertían con las excentricidades de la abuela, según cuenta Xavier Tricot en su historia del encuentro que mantuvieron Ensor y Albert Einstein en Le Coq-sur-Mer, el 2 de agosto de 1933. Ensor (1860-1949) nació y murió en Ostende, donde pasó su vida dando pocas señales. Vivió escondido cerca del paseo marítimo, aislado de las corrientes artísticas de su tiempo y rodeado de caracolas, conchas y máscaras, muchas de ellas con toda probabilidad procedentes de la tienda de la abuela. Fue un pintor extraordinario y turbulento. Sus fuentes de inspiración, la muerte, el Carnaval y el mar, proporcionaron contenido a sus cuadros de masas. En Los bañistas de Ostende, un óleo sobre madera en tiza negra y lápices de colores, recrea de manera satírica y jovial un día en la playa: dos docenas de mirones y un centenar de personajes, muchos de ellos con el culo al aire, cabalgando sobre las olas. Lo grotesco casi siempre figura en el primer plano de su obra. Precisamente bajo el título La belleza de lo grotesco, la Fundación Carlos de Amberes programa en Madrid, hasta el 8 de diciembre, una exposición que recoge los grabados y pinturas del gran artista belga, coincidiendo con el 150.º aniversario de su nacimiento. La muestra, dirigida por Tricot, auténtico especialista en los aquelarres irónicos de James Ensor, cuenta con los fondos de la colección Frank Deceuninck, que atesora los grabados, un material menos conocido que su mundo de esqueletos y máscaras. La exposición, abierta al público desde el primer día de este mes, se divide en cuatro apartados: los retratos y autorretratos, las marinas y paisajes, la religión (grabados y dibujos sobre una de las obsesiones del autor) y, finalmente, las máscaras y el Carnaval: la ironía afilada sobre los trazos del Ostende «fin de siècle». Hacia 1887, el artista retrató a un grupo de estáticas figuras que se recortan contra un fondo marino de Turner. A primera vista parecen salidos de una escena de Brueghel. Pero no son campesinos, sino cadáveres de lujo vestidos para la juerga. Ensor quería certificar así la defunción de la sociedad que se apresuraba de cabeza a la Gran Guerra. Posiblemente no eran esos bañistas los que saldrían más perjudicados de la sangría que se avecinaba, pero suyos eran los indicios pánicos.
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